Javier Porqueras, hijo de Ernesto Porqueras, quien falleció el martes en el hospital rural de Camarones cuando ingresó con problemas cardíacos, brindó su testimonio a Radio Chubut.
El joven arribó recién esta madrugada luego de hacer los trámites para la disposición final del cadáver de su padre, sobre el que se espera una autopsia para determinar las causas de su muerte.
De acuerdo a la denuncia que él radicó, Ernesto Porqueras, de 70 años, fue sometido a un proceso de reanimación por problemas cardíacos en el hospital de Camarones, que incluyó el uso de un desfibrilador que se descompuso y provocó «chispazos» que obligaron incluso al retiro del personal que estaba en el interior.
Sin embargo en eso Javier hace una pausa y reconoce que es lo que le contaron quienes oficiaron de testigos.
Incluso no faltó quien le dijera que lo vio a Ernesto con la cabeza en llamas cuando se abrió la puerta, como si se hubiera «prendido fuego» tras la descarga eléctrica.
«Yo no sé si no lo pasaron de corriente» sostuvo el joven en diálogo con Radio Chubut.
Lo que si le consta es que cuando vio el cuerpo no era el mismo que conocía: su padre estaba totalmente rapado y con heridas en su cara.
Negó que su papá haya llegado de urgencia al hospital tras hacer una sesión de pesas como se dijo.
Por el contrario, según reconstruyó Javier Porqueras, su progenitor llegó caminando al hospital y la médica que lo atendió tardó 20 minutos en llegar porque fue caminando desde su casa que queda a 3 cuadras y a paso lento, porque es una persona de edad.
De hecho se trata de una médica jubilada, sostuvo.
Otro aspecto fue la inhumanidad que se le dispensó para el tratamiento del cuerpo sin vida de su padre.
«Me dijeron que haga algo porque lo tenía que sacar del hospital, donde no podía permanecer» explicó.
Tras ese ultimátum, comenzó el trámite que concluyó en una desértica vivienda, que oficia de sala de sepelios, a la que arribaron con el cajón con el cadáver que ellos mismos tuvieron que colocar en el féretro, que luego fue cargado en una camioneta.
El hombre de 35 años, de oficio mecánico, se mostró sorprendido también porque todos los actores son parientes: desde la médica que lo atendió, la actual directora y hasta el chofer.
Por eso muchas cosas en el pueblo no se dicen públicamente, atento a que todos tienen miedo de perder lo poco que tienen por enfrentar el poder local.